sábado, 16 de junio de 2012

¿Un peligro para México?


El miedo puede ser un arma letal. Más cuando el que, desde el poder, lo promueve logra que quien lo sufre descubra también su otra cara: el odio.
El miedo despierta los más oscuros instintos; extingue las ansias de libertad; aniquila al individuo y lo transforma en masa.
El miedo nos quita lo humano; hipoteca nuestro futuro; amenaza las posibilidades de convivencia pacífica.
El miedo es la herramienta que el poder autoritario utiliza para someternos; miedo a la diferencia, al diferente, al cambio.
Aun si se sabe que ese cambio, que esa transformación profunda es impostergable. Que de eso depende nuestra viabilidad como nación.
El miedo nos impulsa al suicidio como sociedad, como personas.
En 2006 fue el miedo, propagado desde el poder, el que detuvo en su camino a la Presidencia a AMLO. El que cortó de tajo la transición a la democracia.
El miedo y la intromisión ilegal de Vicente Fox en el proceso electoral.
El miedo y las maniobras fraudulentas de Felipe Calderón y Elba Esther Gordillo.
Y el miedo y la complicidad del PRI que se quedó con parte del botín y utilizó a Calderón, solo para intentar, ya legitimado, un nuevo asalto al poder.
El miedo y la intromisión también ilegal de la Iglesia y de los barones del dinero.
El miedo y la tv empeñada en deformar la imagen de un hombre y un proyecto hasta convertirlo, a los ojos de muchos, en “un peligro para México”.
Una tv que, escrupulosa, hasta el servilismo, con el manejo de los otros candidatos, de quienes cuidaba hasta el más nimio detalle de imagen, se esmeraba en presenta a López Obrador mal fotografiado, peor iluminado.
Una tv consciente de su poder; del efecto que la gesticulación y el tono de un discurso de mitin en plaza pública tiene cuando se le lleva, en close up, a la pantalla chica.
Una tv que lo miraba con lupa —como no se atrevía a mirar a los otros candidatos— y expurgaba sus discursos a la búsqueda de posibles gazapos; articulando, a punta de montaje, un discurso exaltado y radical.
Una tv que ignoraba, sistemáticamente, las propuestas de AMLO cuando éstas se expresaban de otra manera; con la altura y la serenidad de estadista que son también uno de sus rasgos más característicos.
El miedo, cultivado por la propaganda, sembrado en la pantalla fue, finalmente, el que hizo a importantes sectores de la población aceptar como buenos los resultados de una elección que, por principio, debió haber sido revisada a fondo.
Una elección en la que, habida cuenta de las irregularidades y el escaso margen de diferencia entre uno y otro candidato, debió haberse contado voto por voto, casilla por casilla.
Eso era lo indicado, lo saludable, lo justo, lo razonable.
Por miedo, las autoridades electorales no actuaron con honestidad. Por miedo el tribunal legitimó el fraude.
Por miedo —y también por conveniencia— los medios electrónicos, los grandes opinadores de la radio, la prensa y la tv nos quisieron hacer comulgar con ruedas de molino.
Ese miedo, hoy potenciado por la guerra de Felipe Calderón, quien se valió de él para sentarse en la silla y armado con él pretende influir en la elección de su sucesor, aún subsiste.
Todavía hay gente que, al mirar el ascenso de AMLO y descubrir que, más allá de lo que digan las encuestas, éste vuelve a tener posibilidades reales de alzarse con la victoria el 1 de julio, sigue teniéndole miedo.
Todavía hay gente que habla de su conexión y similitudes con Chávez; esa patraña inventada por los publicistas del PAN y Calderón.
Se olvidan de su exitosa y pacifica gestión como jefe de Gobierno. De la ausencia en la misma de esas “medidas radicales” que tanto dicen temer.
Se olvidan de la manera en que operó de la mano con la iniciativa privada. De sus batallas por los más pobres, de los más vulnerables siempre libradas en el marco de la legalidad.
Se olvidan también de cómo, en el marco institucional, enfrentó la intentona de golpe de Estado del desafuero, se retiró del cargo y luego volvió a él sin instigar, ya en Palacio y con enorme respaldo popular, al linchamiento de Vicente Fox, sin promover el odio.
Todavía hay gente que lo considera, por otro lado, un “lobo con piel de cordero”.
Gente que habla del plantón de Reforma pero no reconoce que AMLO, quien tenía fuerza y razón para incendiar el país, hizo una contribución histórica a la paz social al encauzar, hacia la protesta civil, el enorme descontento popular.
Se olvidan esos que lo consideran un agitador de su apego irrestricto a la legalidad. De cómo, armado solo de su palabra, recorrió el país durante seis años sin llamar a la insurrección, sin convocar jamás al uso de la violencia.
Aferrados a recuerdos implantados olvidan, esos que aun le tienen miedo a AMLO, que el verdadero peligro para México resultó ser Felipe Calderón, quien hoy entrega un país ensangrentado y empobrecido.
Y olvidan también que el otro gran peligro para México es la insensatez de volver al pasado; de entregar el poder a quienes por décadas nos han saqueado.
Puede AMLO llegar a la Presidencia. Por eso habrán de activarse de nuevo los mecanismos para infundir el miedo en la población. ¿Caeremos otra vez en el engaño? Yo no. No caí en 2006. No caeré ahora en la trampa. No dejaré que otros piensen por mí. ¿Y usted?

La memoria es algo extraño...




...Sin embargo, ahora la primera imagen que se perfila en mi memoria es la de aquel prado. El olor de la hierba, el viento gélido, las crestas de las montañas, el ladrido de un perro. Esto es lo primero que recuerdo. Con tanta nitidez que tengo la impresión de que, si alargara la mano, podría ubicarlos, uno tras otro, con la punta del dedo. Pero este paisaje está desierto. No hay nadie. No está Naoko, ni estoy yo. «¿Adónde hemos ido?», pienso. «¿Cómo ha podido ocurrir una cosa así? Todo lo que parecía tener más valor –ella, mi yo de entonces, nuestro mundo– ¿adónde ha ido a parar?». Lo cierto es que ya no recuerdo el rostro de Naoko. 
Conservo un decorado sin personajes.